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MODO DE EMPLEO

 

 

Hay más de dos poetas que utilizan la palabra «la». Hay más de dos poetas que utilizan la palabra «una». Más de dos poetas que utilizan palabras como «luna», «calle», «casa», «agua», «mar», «sol», «viento», «árbol», «puerta», «sueño», «vientre», «perro» y «cuchillo». Más de dos poetas que utilizan palabras como «bonito», «triste», «mortal», «rayado», «suelto», «rojo», «marrón», «pesado», «doloroso», «largo», «sucio», «nocturno» y «grande». Más de dos en cuyos poemas aparecen singulares o plurales que caminan, se sientan, se levantan, miran, huelen, se caen, mueren, ríen, giran, quitan, parten, piensan, beben, escupen, besan.

Hay más de dos que nunca utilizan objetos indirectos. Más de dos que no utilizan pronombres personales. Más de dos que utilizan palabras como «yo», «tú», «ti», «él», «ella», «nosotros», «ustedes». Más de dos que no utilizan adverbios.

Hay más de dos que utilizan más de dos rimas. Más de dos que nunca jamás riman. Más de dos que sólo componen versos pareados. Más de dos que nunca jamás componen versos pareados. Más de dos que sólo componen versos de más de dos palabras. Más de dos que utilizan signos de admiración. Más de dos que escriben frases interrogativas.

 

Partiendo de la idea de que la poesía es una ciencia exacta... Cada enunciado es una metáfora. Uno de los primeros poemas que escribí, en 1980, dice así:

 

Donde dije la

digo una.

 

Todos los poemas que escribí desde entonces, hasta el día de hoy, guardan relación con ese poema, guardan relación con el deseo paradójico plasmado en ese poema, guardan relación con lo determinado y lo indeterminado, guardan relación con lo aproximado y lo preciso, guardan relación con lo sentimental y lo formal, guardan relación con lo personal y lo general, guardan relación con la música. Todos los poemas que escribí desde entonces guardan relación con otra cosa.

Entre la palabra «la» y la palabra «una» hay un espacio que es el espacio, hay un mundo que es el mundo. El mundo que es un mundo se encuentra en medio de ese mundo, en una maraña de conjuntos, gráficos y cuadros. Cada enunciado es una metáfora. Y cada enunciado es parte de un razonamiento.

 

Cuando tenía trece años, sabía que sería cirujano y que me iría a vivir al lado de las fábricas de Ferrari – una conclusión que había sacado jugando al cuarteto de automóviles. A los diecisiete, sabía que sería intérprete de francés y ruso. A los dieciocho, empecé a estudiar la carrera de psicología, que abandoné dos años más tarde, porque creí comprobar que esa carrera no me haría aproximarme a un proverbio válido ni en cien años.

Luego estudié filosofía. Mi asignatura principal, Lógica, o bien el estudio del razonamiento válido, me parecía divertida y más que maravillosa. Pero con el correr del tiempo acabé preguntándome cada vez más a menudo a qué me estaba dedicando, y eso, como se sabe, es el principio del fin.

Hasta el día de hoy no me he preguntado qué es lo que intenta conseguir mi poesía. La respuesta es muy simple: trata de hacer música válida en la maraña de conjuntos, gráficos y cuadros entre la palabra «la» y la palabra «una», trata de razonar de forma válida, de un diagrama a otro, dentro y fuera de la poesía.

Y para demostrarles la validez de lo expuesto, cito aquí un poema reciente:

 

POEMA CON IDEALES

 

Las manzanas me parecen

Más vistosas que las peras.

 

Este poema presenta posibles ventajas y plantea posibles inconvenientes. Paso a mencionar unos cuantos.

El poema es corto y puede memorizarse. No es largo. Evoca épocas agradables. Ofrece un margen para mejorarlo. Es una comunicación factual. Nos comunica que a alguien las manzanas le parecen más vistosas que las peras. Es capaz de satisfacer un deseo. Es involuntariamente aromático. Se apoya en gran medida en la palabra «las». Le falta color. Ha sido engendrado por alguien. Es una superficie plana. Podría haberse escrito también en pretérito. Es algo para el futuro. Es rehabilitador en cierto modo.

Ese poema, que puede memorizarse, también puede olvidarse. Es falso y verídico a la vez. Es equivocadamente sorprendente. Es una imagen acertada. Afortunadamente, no es ni mucho menos una imagen. Está seguro de sí mismo. Da la impresión de ser chapado a la antigua. Avala lo enunciado en el título y lo desmiente. No es más que un poema.

El poema es capaz de acelerar la circulación de nuestra sangre. No muestra todas las vocales y consonantes del abecedario. Se refiere a manzanas desconocidas y peras igualmente desconocidas. Formula una pregunta. Radica en todos nosotros. Puede pintarse en la medianera de un edificio o en una camiseta. Y aunque está seguro de sí mismo, no se impone por la fuerza. Utiliza palabras conocidas. Tiene color. Permite acceder a otro poema. Limita el número de lecturas y puede leerse de varias maneras. Invita a respirar.

Ese poema es una manzana. Es una pera. Modifica el aspecto de una página. Es una tina de baño llena de espuma. Es una avispa que se estrella contra una farola. Es un coche destartalado abandonado por el conductor y los pasajeros en la autopista que va de una gran ciudad a otra gran ciudad. Parece un espantapájaros sin botones en la chaqueta. Es un balcón con una mesa con una radio a transistores. Recuerda tres tiros de esquina-penaltis. Es un extra en una película. Es la sucesión de unos pasos de baile con música que suena en la cabeza de otro. Es comparable.

El poema es más bien tranquilo. Tal vez no esté conforme con el título. Podría causar molestias. Podría provocar una sonrisa. Guarda relación con gráficos y cuadros y lenguaje. Es probable que no se parezca precisamente a un pájaro carpintero. No desentonaría en algunos discursos. Es consecuencia de algo. No formula ninguna pregunta. Puede imprimirse en letras más pequeñas o más grandes. Él mismo no sabe leer. Carece de toda clase de características. Puede sustituirse.

 

Un día, en 1986, volvía yo lentamente a mi casa en bicicleta. Iba tarareando el principio de «Il combattimento» de Claudio Monteverdi, con letra de Torquato Tasso (cito el texto tal como venía incluido en el disco):

Tancredi, che Clorinda un uomo stima

Vuol nel’armi provarla al paragone.

Va girando colei l’alpestre cima

Verso altra porta, ove d’entrar dispone.

Segue egli impetuoso; onde, assai prima

Che giunga, in guisa avvien che d’armi suone,

Ch’ella si volge, e grida...

cuando pasé por delante de una tienda. Una muchacha de unos dieciséis o diesisiete años estaba subiéndose a una motocicleta. La calle estaba cubierta de una especie de nieve congelada. Cien metros más adelante, tras una curva no muy pronunciada, empezaba un estrecho carril de bicicletas. Al llegar a la curva, la chica montada en la moto me alcanzó y, cuando entrábamos en el carril de bicicletas, me propinó un codazo. Intenté hacer alguna maniobra hábil, pero me fui al suelo con bicicleta y todo. La chica aminoró la marcha, se volvió, me gritó: «¡Eso te pasa por cantar bobadas en la calle!», y aceleró.

¿Eran bobadas? ¿No se entendía bien la letra? ¿Acaso iba cantando más alto de lo que pensaba, o resultaba molesto? ¿Irritaba a la muchacha mi canto defectuoso? ¿O aun el mero hecho de cantar? ¿Eran las palabras, proclives a ser insignificantes?

 

Arjen Duinker (título original: Gebruiksaanwijzing)

© Traducción: Diego J. Puls